La cruz de plata

Justo encima de la mesita de noche tengo una cruz de plata que me regaló un íntimo amigo mío, Nacho Cuesta, el día de mi primera comunión. Creo que está bendecida por el padre Bernardo Llopis, amigo íntimo de la familia.
Seguramente no tenga mucho valor económico, sin embargo, para mí tiene todo el valor del mundo. Muchas veces el valor sentimental de las cosas está por encima del valor económico. Me ha acompañado durante toda mi vida. Primero en Valencia y ahora en Fontanars dels Alforins. Siempre a mi lado. Nunca se ha separado de mí. Ahora mismo la tengo junto a un niño Jesús de escayola que mi tío Pepín rescató durante la Guerra Civil, cuando las imágenes religiosas y cualquier símbolo religioso estaban prohibidos. Los ciudadanos tenían obligación de entregarlos a las autoridades, so pena de ser pasados por las armas, acusados de facciosos. Posteriormente esas imágenes o cualquier otro elemento religioso eran destruidos. De los regalos que recibí en mi primera comunión conservo bien pocos. Uno de ellos es esta cruz de plata. También una cruz de oro que me regaló mi tío Pepe y que durante mucho tiempo llevé en el cuello colgada con una cadena. Pocas cosas más me quedan. También un libro blanco con letras doradas donde tengo anotado los regalos que recibí, que fueron muchos y las personas que me los regalaron. La cruz tiene para mí un valor simbólico muy importante, primero por lo que representa, y segundo por la persona que me la regaló. Mi buen amigo Nacho Cuesta que por desgracia murió ya hace algunos años y con el que me unía una gran amistad. Aunque no soy católico practicante, pero sí creyente aunque pasé por una etapa agnóstica y un poco rebelde en mi juventud, le tengo mucha fe. Muchas noches la cojo entre mis manos y es como si tuviera un poder milagroso porque irradia sobre mí lo que más anhelo en estos momentos paz y tranquilidad.

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