Patricio Simó: un gran fester

Mi padre se lo pasaba en grande la “noche de Alardos” en las Fiestas de Moros y Cristianos de Ontinyent. Primero desfilando con los Kábilas y después con la comparsa de Moros Españoles. Con su buen amigo, Roberto García, “correcher” formaron un tándem perfecto, donde la diversión estaba asegurada. Recuerdo los disfraces que mi padre traía de Madrid de una sastrería muy famosa. La misma que suministraba el atrezzo para el vestuario de películas y obras de teatro. Muchos de ustedes lo recordaran en los títulos de crédito de las películas, si eran de los que se esperaban hasta el final: vestuarios Cornejo.
De ahí traía la mayoría de los trajes que luego se ponía la “noche de Alardos”. Recuerdo especialmente uno de ellos cuando se disfrazó de Don Cicuta, el famoso personaje de ficción de uno de los programas de televisión más famosos de aquel momento como era: Un, dos, tres… responda otra vez. Era el año 82. España participaba en el Mundial de fútbol, donde venció Italia y España cayó eliminada a las primeras de cambio. Era el año del naranjito. Disfrazado de Don Cicuta y con los inseparables tacañones repartían calabazas de plástico hinchables entre los asistentes, la famosa Ruperta. Para los más jóvenes que quizás no lo sepan, Ruperta era la mascota de un programa de televisión de mucho éxito como fue: Un, dos, tres… responda otra vez. A quien le tocaba, lo perdía todo. Solo se llevaba a casa la calabaza. Era el peor premio del programa, que regalaba como premios estrella: el coche o el apartamento en Torrevieja. Todo un clásico de aquella época, obra del gran Chicho Ibáñez Serrador. Siempre era una sorpresa tratara de adivinar el disfraz del año siguiente.
Otro momento histórico fue cuando intentó entrar con un burro en el Hotel Pou Clar. Obviamente la anécdota quedo ahí y mi padre y el burro no pasaron de la recepción del hotel. El Desfile de los Alardos es uno de los momentos más divertidos de la fiesta y que congrega a muchísima gente. La Entrada tiene un carácter más serio y formal. Las fiestas se vivían entonces de otra manera. La Entrada de Moros y Cristianos discurría por la calle Mayor, que a pesar de sus angostas calles, resultaba mucho más vistosa. Nosotros veíamos la Entrada desde la terraza que había en el ya desaparecido Hotel Pou Clar. Los camiones repletos de juguetes eran también un gran aliciente hasta que decidieron prohibirlos. A veces resultaba un poco peligroso porque la gente se agolpaba alrededor del camión para coger alguno de estos regalos. Había de todo desde muñecas a coches teledirigidos. Palanganas y balones de plástico eran los regalos más habituales. Pero también gallinas, sillas u orinales. Si tenías la mala suerte de que uno de estos objetos impactara en tu cabeza podías terminar mal parado. La gente se pegaba por coger algunos de estos regalos. De hecho a mí siendo muy joven intentaron pegarme. Por suerte me acompañaba un viejo amigo de la familia que me defendió y la cosa no fue a mayores.

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