Seguimos igual

El periódico Levante-EMV informaba en sus páginas de economía que los consumidores franceses están pagando en los supermercados la naranja nacional a 7 euros el kilo, cuando el agricultor percibe en el campo 0,37 euros el kilo. En los supermercados españoles el precio del kilo de naranja es de alrededor 2,5 euros. La cadena alimentaria que prohíbe vender por debajo del precio de coste, es decir, a pérdidas sigue sin cumplirse, pese a haberse aprobado una ley que lo contempla.
Jornaleros en el campo durante la vendimia descargando uva. Foto archivo Hace unos días escuchaba en un programa de televisión a un representante de la patronal del sector alimentario decir que los márgenes con los que trabaja la gran distribución son muy estrechos y que el precio final lo marca el consumidor. Basta con ver la diferencia que hay entre el precio en origen y el precio de venta en los lineales para darse cuenta de que los beneficios son exponenciales. Una gran cadena de alimentación valenciana anunciaba estos días la compra de más de 200.000 toneladas de naranja nacional. La cuestión es saber a qué precio paga esa naranja a sus proveedores. El agricultor es quien pone el trabajo y asume los riesgos, pero es el último eslabón de la cadena alimentaria. No solo ha de hacer frente a unos elevados costes de producción, como son los abonos, los productos fitosanitarios o el gasoil, que no puede repercutir en el precio final de sus productos, como sí ocurre en otras actividades económicas que inmediatamente lo repercuten, sino que también compite en desigualdad de condiciones respecto a otros países que importan sus productos sin ninguna clase de controles sanitarios, lo que aumenta las plagas, como ocurre, por ejemplo, con la naranja sudafricana. O desde las instituciones se toman en serio al agricultor o cada vez va a haber más agricultores que abandonen sus explotaciones ante la falta de rentabilidad.

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